Manuel Azaña. La velada en Benicarló. Diálogo sobre la Guerra de España. Editorial Losada. 1939.


Azaña novela de manera casi teatral, bajo la forma de diálogo, una velada en Benicarló una residencia real donde se produjeron varios encuentros con Largo Caballero.
Publicado en Argentina por editorial Losada, seguramente a instancias del ex embajador de República Ángel Ossorio, vinculado a Azaña, y de quien Guillermo de Torre, editor de Losada había sido su agregado cultural.
El libro arremete contra crueldad de la violencia en la guerra civil sin distinción de sectores. Sus personajes supuestamente representan personas reales, aunque Azaña lo descarta en su introducción. Lluch sería Negrín; Marón, Ossorio; Morales y Garcés el propio Azaña; Pastrana, Indalecio Prieto; y Barcala, Largo Caballero.
La forma novela podría llegar a ser cuestionada por la forma, los diálogos están hechos a favor de los argumentos que el escritor quiere esgrimir, lo que lo haces de ansiados solemnes y formales, y, porque no forzados. Sin embargo, el carácter de testimonio directo del presidente de la Republica en medio de la guerra es muy relevante. Es un libro que merecería más debate, ya que fue escrito antes de los sucesos de Mayo de 1937 en Barcelona. Sobrevuela el libro una crítica al proceso revolucionario y una postura crítica por demás del anarquismo comparado con la ausencia de crítica a otros sectores dentro del Frente Popular, lo que refuerza la sospecha de ciertos acuerdos entre Azaña y el PCE. Para el personaje Garcés: “... enumerados por orden de su importancia, de mayor a menor, los enemigos de la República son: la política Franco-inglesa; la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabo la reputación de la República y la autoridad de gobierno; y por último, las fuerzas propias de los rebeldes.” (65).
Llama la atención el orden. Todavía hoy la causa principal que escribe Azaña es debatida relavativamente poco. La política de Francia e Inglaterra fue el principal enemigo. Falta mucho por debatir al respecto lo que para Azaña ya estaba claro en 1937.
También que los “desmanes” sean peores enemigos que las fuerzas de los sublevados, llama la atención, aunque está claro que esa fue la posición sostenida por Azaña durante el conflicto.
La diferencia entre la crueldad en lo sectores enfrentados está puesta en la voz de Marón que sostiene que en la República el gobierno no avalaba la violencia; muestras que los sublevados la apoyaban institucionalmente (36). Postura política más justificadora que real a la luz de la evidencia de la documentación histórica existente hasta hoy.
El personaje Garcés afirma: “ninguna política puede fundarse en la decisión de exterminar al adversario. Es locura, y en todo caso irrealizable. No hablo de ilicitud, porque tal estado de frenesí nadie admite una calificación moral. Millares de personas pueden perecer, pero no el sentimiento que las anima.” (76).
Y más adelante: “el yerro es innecesario para el logro de lo duraradero, y más que ayudarlo lo compromete.” (80). Afirmación que a posteriori pareciera tener una fuerza de verdad significativa.
La tensión entre los sectores defensores argumentativamente del proletariado y los del sector burgués dentro de la República se ponen de manifiesto en este imperdible libro de Azaña.
Bienvenido todo debate que las nuevas jornadas de reivindicación de la figura de Azaña que se están realizando en estos momentos en España puedan llevar adelante, esperando que este libro también sea debatido.

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